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Qué es la idoneidad parental y cómo se evalúa

La idoneidad parental se refiere a la capacidad de los padres o tutores para cumplir con las responsabilidades que implica la crianza de un niño. Esto incluye aspectos como la atención, la educación, el cuidado emocional, la disciplina, la protección frente a riesgos y la provisión de una infraestructura familiar adecuada. La evaluación de la idoneidad parental tiene como fin asegurar que los padres puedan proporcionar un entorno estable, amoroso y protector, y que puedan satisfacer las necesidades físicas y emocionales del menor.

La idoneidad no solo se refiere a la capacidad de satisfacer las necesidades básicas del niño, sino también a la habilidad de fomentar su desarrollo emocional y psicológico de manera positiva. Por lo tanto, la idoneidad parental tiene en cuenta aspectos tan diversos como la salud mental de los padres, su estabilidad económica, sus vínculos familiares y su capacidad para gestionar el estrés o situaciones adversas.

Cómo se realiza el informe de idoneidad parental

El informe de idoneidad parental es un documento elaborado por un profesional, generalmente un psicólogo, que evalúa las características de los padres o de los adoptantes potenciales en relación con la capacidad para proporcionar un entorno adecuado para el niño. Este informe se solicita en procedimientos legales, como juicios de custodia o procesos de adopción, y también puede ser requerido por los servicios sociales cuando se detectan situaciones de riesgo para el menor.

El proceso de elaboración de este informe sigue una serie de pasos que permiten a los expertos obtener una visión amplia y objetiva de la situación familiar:

  • Entrevistas con los padres o tutores: Se realizan entrevistas personales con los padres o los solicitantes de la adopción, donde se evalúan su historia personal, sus motivaciones para ser padres o adoptar, sus expectativas y sus conocimientos sobre la crianza infantil. También se profundiza en aspectos como la relación con su propio entorno familiar.
  • Entrevistas con el niño (si es posible): En algunos casos, si el niño tiene la edad suficiente para comunicarse, se le entrevista para comprender su relación con los padres o el ambiente familiar.
  • Valoración del entorno familiar: Los profesionales también valoran el contexto en el que vive el niño, la vivienda familiar, las relaciones familiares y la estabilidad emocional de los padres. También se analizan otros factores como la existencia de antecedentes de violencia doméstica, abuso o negligencia.
  • Evaluación psicológica: Se realizan pruebas psicológicas a los padres para valorar su salud mental, capacidad de gestión emocional, habilidades para resolver conflictos, nivel de estrés y otros aspectos relacionados con la crianza.
  • Observación directa: En algunos casos, se puede hacer una observación directa de cómo interactúan los padres con el niño en su entorno cotidiano, para evaluar la calidad de su relación.
  • Entrevistas con otras personas cercanas: Además de las entrevistas con los padres, los evaluadores pueden hablar con familiares cercanos, amigos o personas de confianza para obtener información adicional sobre el comportamiento de los padres y el entorno en el que el niño vive.

Cómo se evalúa el informe de idoneidad parental

La evaluación de la idoneidad parental no se basa en una fórmula única, sino que depende de una serie de factores que permiten a los profesionales hacer una valoración integral de la situación. Los puntos clave que se analizan incluyen:

  1. Habilidades parentales: Se valora la capacidad de los padres para satisfacer las necesidades emocionales, físicas y educativas del niño, promoviendo un entorno de respeto, cariño y estabilidad.
  2. Salud mental y emocional: Los padres deben ser emocionalmente estables, capaces de manejar el estrés y las adversidades de manera saludable. La evaluación incluye el análisis de posibles trastornos psicológicos o comportamentales que puedan afectar la crianza.
  3. Entorno familiar: Un hogar seguro, limpio y adecuado para el desarrollo del niño es un factor crucial. Esto incluye la evaluación de la situación económica, la convivencia familiar y la existencia de un sistema de apoyo.
  4. Capacidad de resolver conflictos: La habilidad de los padres para gestionar disputas o situaciones difíciles de forma constructiva es esencial para el bienestar del niño. La evaluación de la idoneidad también se basa en cómo los padres resuelven los conflictos dentro del hogar.
  5. Cultura y valores: Los valores, creencias y cultura familiar también se toman en cuenta. La idoneidad parental no implica un juicio sobre la forma de vida de la familia, sino sobre su capacidad para criar al niño en un ambiente respetuoso y seguro.
  6. Capacidad de proporcionar cuidados básicos: Esto incluye la alimentación, el abrigo, la atención médica y el acceso a la educación. Es fundamental que los padres puedan asegurar que las necesidades básicas del niño estén cubiertas de forma adecuada.

La evaluación de la idoneidad parental tiene como objetivo principal proteger los derechos y el bienestar del niño. En situaciones de custodia, divorcio o adopción, es esencial garantizar que el niño sea colocado en un entorno familiar que le proporcione la seguridad y el apoyo necesario para su desarrollo. Además, este proceso también puede identificar posibles riesgos para el menor, como la violencia doméstica, el abuso o la negligencia, y ofrecer una intervención temprana para corregir estos problemas.

En MFB Psicología realizamos evaluaciones de idoneidad parental en Burgos con un proceso sencillo y cómodo para toda la familia.

Celos entre hermanos

Los celos entre hermanos son una experiencia común durante la infancia, y aunque no son un fenómeno negativo por sí mismos, pueden ser difíciles tanto para los niños como para los padres. Los hermanos a menudo compiten por la atención y el afecto de sus padres, lo que puede desencadenar sentimientos de inseguridad, frustración o, incluso, ira. Sin embargo, cuando se gestionan de manera adecuada, los celos pueden ser una oportunidad para enseñar a los niños habilidades valiosas de empatía, tolerancia y resolución de conflictos.

Por qué surgen los celos entre hermanos

Los celos son una emoción natural y forman parte del desarrollo emocional de los niños. En las primeras etapas de la vida, los niños suelen ser el centro de atención de sus padres, y la llegada de un hermano puede alterar este equilibrio. La aparición de un nuevo miembro en la familia, sobre todo en los primeros años de vida del niño, puede hacer que el hermano mayor se sienta desplazado o amenazado. Esta sensación de que se pierde el amor o la atención exclusiva de los padres puede ser la chispa que enciende los celos.

Por otro lado, incluso cuando no hay un hermano nuevo, la competencia puede surgir de una percepción de favoritismo o desigualdad. Tal vez uno de los hermanos se siente más apoyado o reconocido que el otro, lo que también genera comparaciones y rivalidades.

Es importante tener en cuenta que los celos no son exclusivos de las relaciones entre hermanos. También pueden surgir entre amigos cercanos o incluso dentro de la dinámica familiar más amplia, como con los abuelos., tíos o primos Pero en el caso de los hermanos, la cercanía en edad y la competencia por los recursos emocionales y materiales a menudo intensifican estos sentimientos.

Cómo detectar los celos entre hermanos

Cuando los celos no se abordan de manera adecuada, pueden tener efectos negativos tanto en los niños como en su relación a largo plazo. Algunos de los posibles efectos incluyen:

  • Rivalidad constante: Los hermanos pueden desarrollar una actitud de competencia continua, lo que puede afectar la calidad de su relación. En lugar de apoyarse mutuamente, podrían estar más centrados en “ganar” la atención de los padres o la aprobación en cada situación.
  • Sentimientos de inseguridad: El niño que siente que no está recibiendo suficiente atención o amor puede desarrollar una baja autoestima o inseguridad emocional, lo que puede afectar su bienestar emocional.
  • Conflictos y luchas de poder: Los celos pueden derivar en peleas constantes, tanto físicas como verbales, donde los niños luchan por dominar, manipular o sobresalir sobre el otro.
  • Sentimiento de desconfianza o separación: Si los padres no logran manejar los celos de manera efectiva, los niños pueden sentirse como si estuvieran compitiendo entre sí por el amor de los padres, lo que genera desconfianza y una falta de unidad familiar.

Cómo mejorar la mala relación entre hermanos por celos

La clave para mejorar los celos entre hermanos es abordar el problema con empatía y comprensión. Los niños pequeños no siempre tienen las herramientas emocionales necesarias para gestionar los celos, y es responsabilidad de los padres guiarlos a través de estos sentimientos de manera saludable. Aquí algunos consejos útiles:

  1. Reconocer los sentimientos: Lo primero es validar los sentimientos de los niños. Si un hermano se siente celoso, es importante que no se minimicen esos sentimientos. En lugar de decir “No tienes por qué sentirte celoso”, es más útil decir algo como “Entiendo que te sientas así, porque ahora mamá o papá están prestando más atención a tu hermano. Es normal sentir celos, pero eso no significa que te quieran menos”.
  2. Fomentar la igualdad: Es importante ser consciente de no mostrar favoritismos, aunque sea difícil. A veces, sin quererlo, los padres pueden dar más atención a un hermano que a otro, especialmente en momentos de necesidad. Es importante ser consciente de esto y esforzarse por ofrecer a cada niño lo que necesita, tanto en términos de tiempo como de afecto.
  3. Dar tiempo individual a cada niño: Asegúrate de pasar tiempo de calidad con cada niño, especialmente si hay una diferencia de edad o una etapa de desarrollo en la que uno puede necesitar más atención que el otro. Este tiempo no tiene que ser largo, pero sí especial y enfocado en el niño.
  4. Fomentar la colaboración en lugar de la competencia: Enseñar a los niños que pueden apoyarse y trabajar juntos en lugar de competir entre sí es esencial para reducir los celos. Los padres pueden organizar actividades en las que los hermanos tengan que colaborar para lograr algo en común, como un juego o una tarea en el hogar.
  5. Evitar las comparaciones: Aunque los padres a menudo hacen comparaciones para reforzar el comportamiento positivo (por ejemplo, “Tu hermano terminó su tarea tan rápido, ¿por qué no puedes hacerlo tú también?”), esto puede aumentar la rivalidad entre los hermanos. Cada niño es único y tiene sus propios talentos y tiempos, por lo que es importante evitar las comparaciones.
  6. Involucrar a los hermanos en la resolución de conflictos: Si surgen peleas o discusiones debido a los celos, involucra a los niños en la solución. En lugar de imponer una sanción, ayúdalos a identificar lo que sienten y a encontrar soluciones juntos. Esto no solo les enseña habilidades para resolver conflictos, sino también a comunicar sus emociones de manera abierta.
  7. Destacar las fortalezas de cada niño: Cada niño tiene cualidades únicas que merecen ser reconocidas. Al elogiar las fortalezas de cada hermano, los padres ayudan a que cada niño se sienta especial y valorado, disminuyendo la sensación de que uno es “mejor” que el otro.

Los niños aprenden principalmente observando. Si los padres o tutores tienen una relación en la que se resuelven los conflictos de manera pacífica y se apoya el bienestar de todos, los niños internalizarán esos comportamientos y los replicarán en sus relaciones. El modelo familiar de cooperación, respeto mutuo y comunicación abierta es crucial para prevenir la perpetuación de la rivalidad entre hermanos.

Los celos entre hermanos son una parte natural del desarrollo infantil, pero no tienen por qué convertirse en un problema que afecte negativamente la relación entre los niños. Al brindarles un espacio para entender y gestionar sus sentimientos, enseñarles habilidades de resolución de conflictos y reforzar un ambiente de igualdad y amor, los padres pueden ayudar a sus hijos a superar estos desafíos de manera saludable.

Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA)

Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son más comunes de lo que imaginamos, y aunque frecuentemente se asocian con una preocupación excesiva por el peso o la figura, la realidad es mucho más compleja. Estos trastornos afectan tanto a la mente como al cuerpo, y a menudo están relacionados con un intento de encontrar control en un mundo que, en ocasiones, parece no tenerlo. El viaje hacia la recuperación de un TCA no es sencillo, pero es posible. Aquí exploramos lo que son, por qué ocurren, sus síntomas, y cómo el apoyo adecuado puede marcar la diferencia.

Qué son los TCA

Los TCA son trastornos psicológicos que afectan cómo una persona percibe la comida y su cuerpo. Son mucho más que simples hábitos alimenticios; son una forma de lidiar con emociones complejas, situaciones de estrés o una baja autoestima. En ellos, el control sobre lo que se come, cómo se come o la manera en que se percibe el cuerpo se convierte en una lucha interna constante.

Anorexia, bulimia y trastorno por atracón son los más conocidos, pero hay otros como la ortorexia, que aunque no está formalmente reconocida como un TCA en muchos países, refleja una obsesión por comer “saludable” a niveles poco realistas. Cada uno de estos trastornos tiene sus características particulares, pero todos comparten el mismo patrón subyacente: un intento de manejar el sufrimiento emocional o psicológico a través del control de la alimentación.

Tipos de trastornos de la alimentación

  • Anorexia nerviosa: Se caracteriza por una restricción extrema de la ingesta de alimentos y una preocupación obsesiva por el peso corporal. Las personas con anorexia tienen un miedo intenso a ganar peso y pueden ver su cuerpo de manera distorsionada, viéndose a sí mismas como sobrepeso, aunque estén peligrosamente delgadas.
  • Bulimia nerviosa: Implica episodios de ingesta excesiva de alimentos seguidos de conductas para evitar el aumento de peso, como el vómito autoinducido, el uso excesivo de laxantes o el ejercicio extremo. A diferencia de la anorexia, las personas con bulimia pueden tener un peso corporal normal o ligeramente por debajo del promedio.
  • Trastorno por atracón: Se caracteriza por episodios de comer en exceso, pero a diferencia de la bulimia, no hay conductas compensatorias, como el vómito. Las personas con este trastorno a menudo sienten una pérdida de control durante los episodios de atracones y experimentan angustia emocional relacionada con su comportamiento alimentario.
  • Ortorexia: Es una obsesión patológica por comer alimentos percibidos como saludables, evitando aquellos considerados “no saludables”. Aunque no está formalmente reconocida como un TCA en todos los países, la ortorexia es cada vez más relevante en el estudio de los trastornos alimentarios.

Cómo se desarrollan los trastornos de alimentación

No existe una causa única para los TCA; más bien, son el resultado de una combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales. Puede que haya una predisposición genética que haga que algunas personas sean más vulnerables a desarrollar este tipo de trastornos. O tal vez haya un desencadenante, como un evento emocional difícil, un cambio en la vida o una presión social sobre la apariencia física.

Las expectativas sociales juegan un papel importante. Vivimos en una sociedad donde la imagen corporal, impulsada por los medios y las redes sociales, tiene un peso excesivo. La constante comparación con ideales de belleza irreales puede hacer que, en lugar de sentirnos aceptados tal como somos, busquemos encajar en un molde que no nos representa.

Por supuesto, los factores familiares también influyen. Crecer en un ambiente donde se prioriza el aspecto físico o donde los comentarios sobre el peso o la figura son comunes puede aumentar el riesgo. Pero esto no significa que la culpa recaiga sobre los padres o los amigos. Los TCA son mucho más complejos y multidimensionales que una simple causa.

Cómo detectar un TCA

A veces, los síntomas de un TCA no son fáciles de identificar. No siempre son evidentes, y a menudo se esconden tras una máscara de “control” o de “perfección”. Sin embargo, hay ciertos patrones que pueden alertarnos.

Cuando el enfoque en la comida y el peso se convierte en una preocupación constante, cuando las personas se sienten incapaces de disfrutar de una comida sin sentir culpa, o cuando los comportamientos extremos como saltarse comidas, comer en exceso en secreto o hacer ejercicio compulsivo se convierten en rutina, es hora de prestar atención. Estos comportamientos no son solo por “ser más delgado” o “verse mejor”, sino que son una respuesta a un malestar emocional profundo, a una lucha interna que necesita ser abordada.

  • Preocupación excesiva por el peso y la figura corporal.
  • Conductas alimentarias restrictivas o el consumo excesivo de alimentos en cortos períodos de tiempo (atracones).
  • Miedo constante a ganar peso, incluso si la persona ya está por debajo del peso saludable.
  • Uso de métodos extremos para controlar el peso, como el vómito, el uso de laxantes o el ejercicio excesivo.
  • Desnutrición y pérdida de peso significativa.
  • Sentimientos de vergüenza o culpabilidad después de comer.
  • Cambios en el estado de ánimo, como ansiedad, depresión y aislamiento social.
  • Ejercicio compulsivo

Es importante recordar que las personas que padecen un TCA no siempre lo harán evidente. De hecho, muchas veces esconderán sus conductas, ya que hay un sentimiento de vergüenza o miedo asociado. Por eso, un apoyo comprensivo y libre de juicios es fundamental en el proceso de sanación.

Te ayudamos a recuperarte

¿Es posible recuperarse de un TCA sin recaer? Sí, la recuperación es posible. Los trastornos de la conducta alimentaria no definen a una persona, pero pueden ser una manera de hacer frente a un dolor emocional profundo. La recuperación implica una serie de pasos: primero, reconocer el problema; luego, buscar ayuda y apoyo.

Si estás en Burgos, en MFBPsicología podemos ayudarte a encontrar el tratamiento adecuado que se adapta a tus necesidades. No hay un único camino hacia la recuperación. La psicoterapia, especialmente la terapia cognitivo-conductual (TCC), ha demostrado ser eficaz para ayudar a las personas a cambiar sus pensamientos y comportamientos relacionados con la comida y el cuerpo. También puede ser útil el apoyo de nutricionistas especializados, que ayudan a restaurar una relación más equilibrada con la comida.

Por qué se rompen más parejas en verano

El verano no inventa los problemas de pareja, pero los amplifica.
La psicología relacional lo explica así: Cuando cambiamos el contexto (de rutina laboral a vacaciones), también se modifican los patrones de conducta. Sin la estructura diaria que sostiene la relación (horarios, responsabilidades, espacios separados), afloran emociones que durante el resto del año estaban encapsuladas.

Lo que parecía una relación tranquila puede mostrar grietas: Resentimientos no expresados, deseos insatisfechos, diferencias en valores y estilo de vida. No es que el verano las cree, es que nos coloca en un escenario donde esas emociones tienen más espacio para manifestarse.

La disonancia relacional

Cada persona tiene un “ritmo emocional” propio: hay quien se recarga con actividad constante y quien necesita silencio y calma. En vacaciones, estos ritmos entran en contacto sin mediadores. El resultado: uno quiere aventura y el otro siesta. Y cuando la necesidad de uno choca con la del otro, el cerebro activa una respuesta defensiva: irritabilidad, crítica o retirada emocional.

A nivel psicológico, esto se conoce como disonancia relacional: Dos sistemas de necesidades incompatibles intentando coexistir en el mismo espacio-tiempo. Si no se negocia, la tensión crece y el vínculo se resiente.

El verano viene cargado de un imaginario colectivo: “será perfecto, recuperaremos la pasión, estaremos más unidos”. Esto genera expectativas irreales que, cuando no se cumplen, disparan el sesgo de confirmación.

Si en el fondo alguien ya duda de la relación, cada pequeña frustración en vacaciones se interpreta como prueba de que “esto no funciona”. Y así, lo que podría ser un bache se convierte en un argumento final.

Por qué se incrementa en verano

En la vida cotidiana, el trabajo y las rutinas actúan como amortiguadores emocionales. En vacaciones no hay “descansos” del otro. La convivencia intensa deja menos espacios para regular emociones en solitario. Si la comunicación emocional no es fluida, cualquier conflicto se vive con más intensidad porque no hay tiempo ni distancia para bajar la tensión.

Curiosamente, cuando una pareja sabe gestionar bien los veranos, estos dejan de ser un riesgo y se convierten en un termómetro: si soportáis el calor, los cambios y las horas de convivencia sin perder la conexión, es muy probable que el resto del año vaya sobre ruedas.

  • Practicar la autoobservación: Antes de exigir o criticar, preguntarse “¿esto es un problema real o una reacción mía al calor, al cansancio o a una expectativa no cumplida?”
  • Negociar desde las necesidades, no desde las posturas: En lugar de “quiero ir a la playa” vs. “quiero quedarme en casa”, buscar la necesidad detrás: ¿descansar, conectar, explorar? Así es más fácil encontrar un punto medio.
  • Mantener micro-espacios de autonomía: No perder de vista la individualidad. Tener ratos para uno mismo reduce la saturación emocional.
  • Bajar la presión romántica: Las vacaciones no tienen que ser la prueba definitiva del amor. Son solo un escenario más donde el vínculo puede adaptarse y fortalecerse.

La presión social en las parejas y los conflictos que genera

Hay discusiones de pareja que no nacen en casa, sino fuera.
En la sobremesa con la familia.
En las cenas con amigos.
En las redes sociales llenas de anuncios con bebés perfectos y bodas de ensueño.

Todo eso se mete en la cabeza y, sin darnos cuenta, en la relación.

No es raro escuchar frases como:
—“¿Para cuándo la boda?”
—“Ya tenéis una edad, ¿y los niños?”
—“No podéis seguir alquilando, eso no es vida.”

Parece inocente, pero cuando esas frases se repiten, empiezan a actuar como gotas de agua sobre una piedra. Al principio molestan. Luego erosionan. Y, si nadie lo frena, acaban rompiendo.

Punto de vista psicológico y el conflicto

Desde la psicología social sabemos que las normas implícitas del entorno —lo que se llama presión normativa— afectan a nuestras decisiones más íntimas. No hablamos solo de querer encajar, sino de un miedo más profundo: el temor a ser “el raro” que no cumple el guion.

En pareja, esa presión no siempre se percibe igual. Uno puede sentir que “ya toca” pasar por el altar o tener un hijo, mientras el otro aún no está en ese punto. El problema no es la diferencia de ritmos, sino el origen de la urgencia: si viene de dentro, o de fuera.

Cuando es externa, el deseo no está limpio. Es una carrera impuesta. Y como en cualquier carrera impuesta, alguien termina agotado.

Si uno siente que las decisiones se toman para “dar la talla” ante los demás, la intimidad se convierte en escaparate. Se pierde la sensación de que las elecciones son libres y propias.

La psicología de pareja lo ve a menudo:

  • El que cede para evitar la bronca acaba acumulando resentimiento.
  • El que presiona cree que está “salvando la relación” cuando, en realidad, la está asfixiando.

Y, mientras tanto, las conversaciones dejan de ser sobre nosotros para girar en torno a lo que “se supone que deberíamos”.

Cómo saber si la presión no es tuya

Hay señales muy claras

  • Si en tu discurso aparece más “lo que dirán” que “lo que quiero”.
  • Si la prisa desaparece cuando no hay comentarios externos.
  • Si las decisiones importantes se sienten como una obligación más que como una ilusión.

En terapia de pareja se trabaja mucho en diferenciar deseos auténticos de mandatos heredados. Porque el amor, para ser estable, necesita que ambos sientan que el camino elegido es suyo, no un guion prestado.

La trampa del “todo el mundo lo hace”

El cerebro humano tiene un sesgo llamado prueba social: si la mayoría lo hace, asumimos que es lo correcto. El problema es que las estadísticas no conocen nuestra historia personal. Lo que para otros es una meta feliz, para ti puede ser una carga.

Seguir el rebaño puede parecer seguro, pero en pareja, cuando las decisiones se toman solo por no desentonar, se acaba pagando un precio emocional alto: frustración, distancia y la sensación de estar viviendo la vida de otro.

Cómo abordar la presión social para evitar conflictos en la relación

Lo primero es entender que la presión no es “culpa” de uno de los dos, sino un agente externo que se ha colado en vuestra vida. Si lo tratáis como enemigo común, dejaréis de pelear entre vosotros para pelear juntos contra esa influencia.

  • Poner nombre a lo que pasa: Si no reconocéis que la urgencia viene de fuera, el conflicto se convierte en algo personal. Decir en voz alta: “Creo que estamos discutiendo por lo que otros esperan, no por lo que queremos nosotros” es un cambio de perspectiva enorme. Permite pasar de la defensiva a la colaboración.
  • Separar el deseo propio del ajeno: En psicología se llama claridad de valores: diferenciar lo que realmente quieres de lo que crees que deberías querer. Esto se consigue con preguntas directas: “Si nadie opinara, ¿seguirías queriendo casarte ahora?” , “Si tu familia no dijera nada, ¿te sentirías con la misma prisa por tener hijos?”
  • Establecer vuestro propio ritmo: Un plan pactado reduce la sensación de improvisación y elimina el miedo a “quedarse atrás”. Si acordáis tiempos y prioridades, las opiniones externas pierden peso. Aquí no hace falta un calendario rígido, basta con tener un horizonte compartido.
  • Practicar la escucha sin respuesta inmediata: Cuando el tema es delicado, contestar en caliente suele escalar la tensión. Escuchar sin interrumpir, tomar un momento para procesar y responder después ayuda a mantener el respeto y a evitar frases que hieren.
  • Poner límites claros al entorno: A veces, la paz de la pareja depende de una frase firme a terceros: “Gracias por tu interés, pero es algo que decidiremos nosotros.” Es incómodo al principio, pero es un mensaje que protege la intimidad de la relación.
  • Revisar periódicamente las decisiones: No es “hablar del tema una vez y listo”. Los deseos cambian, las circunstancias también. Revisar cada cierto tiempo si seguís de acuerdo os evita malentendidos y os mantiene alineados.

El impacto psicológico de los exámenes en niños y adolescentes

Hay algo que no suele salir en los informes académicos ni en las reuniones de tutoría: cómo se siente un adolescente cuando se enfrenta a un examen importante. No hablamos solo de nervios, hablamos de presión, miedo a fallar, pensamientos repetitivos, insomnio y, en muchos casos, ansiedad paralizante.

Pruebas como la EBAU (la antigua Selectividad) se viven, para muchos chavales, como un todo o nada. Y no es raro: durante años han escuchado que ese examen lo decide todo. Su futuro. Su carrera. Su valor.

El resultado es que muchos no solo se preparan con apuntes, también con nudos en el estómago.

Cuando el estrés empieza a ser negativo

Un poco de tensión antes de un examen es normal e incluso útil. Pero cuando esa tensión sube de nivel y se convierte en ansiedad, el cerebro empieza a funcionar en modo “peligro”. Se activa la amígdala, se bloquea la memoria a corto plazo y el pensamiento lógico se difumina.

Así es como chavales que se lo han preparado todo pueden quedarse en blanco. O sufrir migrañas. O tener la sensación de que todo se viene abajo antes incluso de leer la primera pregunta.

Detrás de ese “me da miedo suspender” hay muchas veces una idea mucho más profunda: “si suspendo, fracaso; si fracaso, decepciono”.

Técnicas de relajación para antes de un examen

Aquí no hablamos de frases motivacionales vacías ni de “tú puedes” sin contexto. Hablamos de estrategias reales, basadas en evidencia, que ayudan a reducir el estrés antes y durante los exámenes:

1. Respiración diafragmática

Cuando estamos nerviosos, respiramos rápido y superficial. Cambiar eso ayuda a calmar el sistema nervioso. Una técnica útil es la respiración 4-7-8:

  • Inhalar por la nariz durante 4 segundos.
  • Mantener el aire durante 7.
  • Soltar muy despacio por la boca durante 8.

Repetirlo 4 veces seguidas. Ideal antes de dormir o justo antes de entrar al examen.

2. Visualización guiada

Consiste en cerrar los ojos e imaginar el examen como una situación tranquila, donde te sientes seguro y con claridad mental. Se trata de visualizar todo el proceso con confianza: desde que te sientas, hasta que terminas y sales satisfecho.

Funciona mejor si se entrena varias veces en los días previos.

3. Técnica del anclaje emocional

En psicología se usa mucho en terapia breve. Se trata de recordar un momento en el que te sentiste seguro y confiado (puede ser en otro examen, en una actuación, en un partido…). Cierra los ojos, vuelve a ese momento, revívelo con todos los sentidos… y al hacerlo, asocia ese recuerdo a un gesto (por ejemplo, apretar el pulgar contra el índice). Con la práctica, ese gesto se convierte en un “ancla” para recuperar esa emoción positiva.

4. Desconexión planificada

No se puede estudiar 12 horas al día sin que la mente se agote. El cerebro necesita pausas reales, no solo cambiar de asignatura. Pasear, hacer ejercicio suave, reírte con alguien, ver una serie, dormir bien… no es perder tiempo. Es recuperar capacidad mental.

5. Diálogo interno consciente

Muchos adolescentes se repiten mensajes como “no voy a poder”, “voy a suspender”, “no me da tiempo”. Aprender a identificar esos pensamientos y sustituirlos por otros más realistas (no necesariamente positivos, sino útiles) es clave:

  • “No necesito hacerlo perfecto, solo hacerlo bien.”
  • “He estudiado, no tengo que saberlo todo.”
  • “Es un examen, no un juicio sobre quién soy.”

El papel de padres y profesores

Presionar no ayuda. Minimizar tampoco. La clave está en validar lo que sienten y ofrecer recursos. No basta con decir “tranquilo, no es para tanto”. Hay que enseñar a parar, a respirar, a relativizar… y recordar que suspender un examen no suspende a la persona.

Los exámenes son importantes, sí, pero nunca más que la salud mental. Enseñar a los adolescentes a estudiar está bien. Enseñarles a cuidar su mente es imprescindible. Porque ni la nota más alta del mundo compensa un cerebro agotado, una autoestima en ruinas o un adolescente que piensa que no vale nada por no llegar al 10.

En MFBPsicología trabajamos todos estos aspectos psicológicos en nuestras sesiones de apoyo escolar en Burgos.

Qué es la personalidad y cómo se desarrolla

La personalidad no es solo “cómo somos”, es el filtro con el que interpretamos el mundo y nos relacionamos con él. Es única en cada persona, pero no es inmutable. Evoluciona con la experiencia, la educación y el entorno. No nacemos con una personalidad fija, sino con una base que se va moldeando con los años.

No es lo mismo una persona que siempre ha sido tranquila y reservada que alguien que se ha vuelto así con el tiempo. Por eso, entender cómo se forma la personalidad nos ayuda a conocernos mejor y, si queremos, a cambiar ciertos aspectos que no nos gustan o nos limitan.

Diferencias entre personalidad, carácter y temperamento

A menudo usamos estas palabras como si fueran lo mismo, pero no lo son. Aunque están conectadas, cada una tiene su propia definición y función.

  • Temperamento: Es lo que viene de fábrica. La parte biológica e innata de nuestra forma de ser. Hay bebés que desde el primer día son tranquilos y otros que son inquietos. Eso es el temperamento.
  • Carácter: Se va formando con el tiempo. Lo construimos con nuestras experiencias, la educación que recibimos y las decisiones que tomamos. Mientras el temperamento es algo con lo que nacemos, el carácter es algo que aprendemos.
  • Personalidad: Es la combinación de ambos. Es el conjunto de rasgos que nos definen, que incluyen cómo pensamos, sentimos y actuamos. No es algo estático, pero tampoco cambia de un día para otro.

Cómo se desarrolla la personalidad

La personalidad no aparece de la nada. Se va formando a lo largo de la vida y está influenciada por varios factores:

Factores biológicos y genéticos

Hay cosas que vienen en el “paquete de inicio”. Desde el nacimiento, tenemos una predisposición a ser más o menos sociables, más impulsivos o más reflexivos. No es determinante, pero sí marca una tendencia. Los estudios en gemelos han demostrado que la genética influye en ciertos rasgos de personalidad, aunque no lo es todo.

Influencia del entorno

El ambiente en el que crecemos es clave. La familia, la escuela, los amigos y la sociedad en general nos moldean. Un niño criado en un ambiente seguro y afectuoso tendrá más posibilidades de desarrollar confianza en sí mismo que otro que ha crecido en un entorno hostil o inestable. Esto no significa que todo esté escrito, pero sí que nuestras primeras experiencias pueden marcar el camino.

Experiencias y aprendizaje

La personalidad también se construye a base de golpes y aprendizajes. Nuestras vivencias nos enseñan qué funciona y qué no. Alguien que ha vivido muchas situaciones difíciles puede volverse más desconfiado o más fuerte, según cómo las haya afrontado. Aprendemos de lo que nos pasa, de lo que vemos en los demás y de cómo nos adaptamos a las circunstancias.

¿La personalidad es fija o se puede cambiar?

No hay una respuesta única. Hay rasgos que parecen más sólidos, pero la personalidad no es una prisión. Cambiar es difícil, pero no imposible. De hecho, muchas personas evolucionan con el tiempo sin darse cuenta.

Por ejemplo, alguien que en la adolescencia era tímido puede volverse más extrovertido con los años, simplemente porque la vida lo ha llevado a desarrollar más habilidades sociales. O alguien que era impulsivo puede aprender a controlar mejor sus reacciones. No somos estáticos, y la manera en que enfrentamos el mundo tampoco tiene que serlo.

La clave está en el autoconocimiento. Cuanto mejor nos entendemos, más fácil es cambiar lo que no nos gusta y potenciar lo que sí. La personalidad no es una excusa para justificar comportamientos tóxicos o limitantes. Siempre hay margen para mejorar.

Trastorno de la personalidad: Qué es, tipos, síntomas y diagnósticos

Los trastornos de la personalidad no son solo “formas de ser” peculiares. Son patrones profundamente arraigados que afectan la manera en que una persona piensa, siente y se relaciona con los demás. No es un mal día ni una mala racha, es algo que moldea la vida entera de quien lo padece.

El problema es que muchas veces quien tiene un trastorno de personalidad no lo percibe como tal. No cree que haya algo que deba cambiar porque, para él o ella, esa es su manera natural de ser. Sin embargo, las dificultades en las relaciones, en el trabajo y en la vida diaria pueden ser una señal clara de que hay algo que va más allá de una simple “forma de ser”.

Qué es un trastorno de la personalidad

Es cuando la forma de pensar, sentir y actuar se aleja tanto de lo esperado que interfiere en la vida diaria. Son patrones inflexibles, que no cambian con el tiempo y que generan problemas en el trabajo, la familia y las relaciones.

Tipos de trastornos de la personalidad

El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) los divide en tres grupos:

  • Grupo A (extraños o excéntricos): Personas que tienden al aislamiento, la desconfianza o el pensamiento mágico. Ejemplo: trastorno paranoide.
  • Grupo B (emocionales e impulsivos): Personas con cambios de humor extremos, conductas impulsivas o necesidad constante de atención. Ejemplo: trastorno límite de la personalidad.
  • Grupo C (ansiosos o temerosos): Personas con miedo al rechazo, dependencia extrema o necesidad de control. Ejemplo: trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad.

Por qué se desarrollan estos trastornos

No hay una causa única. Se trata de una combinación de factores biológicos, psicológicos y ambientales. No se “elige” tener un trastorno de personalidad, pero sí se puede trabajar para gestionarlo mejor.

Algunos factores que influyen:

  • Genética: Hay estudios que muestran una cierta predisposición hereditaria.
  • Infancia difícil: Crecer en un entorno de abuso, negligencia o violencia aumenta el riesgo.
  • Desarrollo cerebral: Algunas diferencias en la estructura y función del cerebro pueden influir en la regulación emocional y el comportamiento.

Síntomas y señales de alerta

No se trata de “tener mal genio” o “ser complicado”. Un trastorno de personalidad afecta todas las áreas de la vida y suele manifestarse con:

  • Dificultad para adaptarse a distintas situaciones.
  • Relaciones personales conflictivas o caóticas.
  • Falta de empátía o, por el contrario, una preocupación extrema por la opinión ajena.
  • Impulsividad, cambios de humor o reacciones exageradas.
  • Patrones de pensamiento negativos o distorsionados.

Cómo se diagnostica y tratamiento

No hay una prueba de laboratorio que detecte un trastorno de personalidad. Se diagnostica con una evaluación psicológica profunda, donde un profesional analiza la historia clínica, el comportamiento y los patrones de pensamiento.

El tratamiento suele incluir:

Psicoterapia

Es el pilar fundamental. No hay una fórmula mágica, pero algunas terapias han demostrado buenos resultados:

  • Terapia cognitivo-conductual: Ayuda a identificar y cambiar patrones de pensamiento y comportamiento negativos.
  • Terapia dialéctico-conductual: Especialmente útil para quienes tienen emociones muy intensas e inestables.
  • Terapia de esquemas: Trabaja en creencias y patrones adquiridos desde la infancia que afectan la personalidad.

Medicación

No hay “pastillas para la personalidad”, pero algunos fármacos pueden ayudar con síntomas como la ansiedad, la depresión o la agresividad.

Apoyo del entorno

Tener un trastorno de personalidad puede ser un desafío tanto para la persona que lo padece como para quienes la rodean. La comprensión y el apoyo pueden marcar una gran diferencia en su evolución y calidad de vida.

¿Y los niños y adolescentes?

En la infancia y la adolescencia, la personalidad aún está en desarrollo, por lo que los diagnósticos en esta etapa se hacen con cautela. Sin embargo, hay señales que pueden indicar una predisposición, como problemas graves de conducta, dificultad para gestionar emociones o falta de empatía extrema. Identificar estos patrones a tiempo puede evitar que se conviertan en un problema mayor en la adultez.

Altas capacidades y TDAH en niños

Un niño que aprende rápido, se aburre fácil, interrumpe sin darse cuenta y parece vivir en su mundo. ¿Genio o despistado? ¿Brillante o incontrolable?

Muchas veces, ni una cosa ni la otra. Puede que estemos ante un caso de altas capacidades con TDAH.

Porque sí, la inteligencia extraordinaria y el déficit de atención pueden convivir en el mismo cerebro. Y cuando lo hacen, la cosa se complica.

No es solo un niño inquieto

Los niños con altas capacidades suelen ser curiosos, intensos, creativos. Se cuestionan todo. Y todo es todo. Desde por qué el cielo es azul hasta si el infinito realmente es infinito.

Pero algunos también tienen algo más: una energía imparable, dificultades para concentrarse en lo que no les interesa y una impulsividad que les mete en líos sin querer.

Es entonces cuando llegan las etiquetas.

“Es un genio, pero es muy vago.”
“No se esfuerza lo suficiente.”
“Si quisiera, sacaría todo sobresaliente.”
“Parece que lo hace a propósito.”

Pero la realidad es más compleja. No es falta de ganas ni de disciplina. Es un cerebro que funciona a otra velocidad, que salta de un tema a otro sin frenos y que se frustra cuando no encuentra el estímulo que necesita.

¿TDAH o altas capacidades?

Distinguir entre ambas cosas no es fácil. A veces se confunden. A veces se solapan.

Un niño con altas capacidades puede parecer distraído porque su mente está resolviendo problemas que nadie ha planteado. Un niño con TDAH puede perder el hilo porque, simplemente, su cerebro no consigue centrarse en una sola cosa.

Los dos pueden hablar sin parar, saltar de un tema a otro, aburrirse con facilidad y tener problemas para seguir normas.

Diferencias entre TDAH y Altas Capacidades

El niño con TDAH pierde el foco sin darse cuenta. Lo intenta, pero su atención se escapa. En cambio, el niño con altas capacidades desconecta cuando la información no le interesa. No porque no pueda prestarle atención, sino porque no le motiva.

También está la forma en la que piensan.

El niño con TDAH reacciona rápido, a veces sin filtrar. El niño con altas capacidades procesa en profundidad, le da mil vueltas a todo.

Pero cuando ambas cosas se mezclan, el resultado es un cóctel explosivo: una mente brillante atrapada en un sistema que le pide que encaje en estructuras rígidas.

Cómo saber si un niño tiene ambas

Hay señales que pueden dar pistas.

Por ejemplo, puede aprender cosas complejas con facilidad, pero olvidarse de lo más básico. Puede saber el ciclo de vida de una estrella, pero no recordar dónde ha dejado la mochila.

También es común que se obsesione con algunos temas y no muestre ningún interés por otros. Puede devorar libros sobre dinosaurios, historia medieval o física cuántica, pero ser incapaz de hacer los deberes de matemáticas sin protestar.

Y luego está el tema social.

Algunos son increíblemente maduros en ciertos aspectos y completamente inmaduros en otros. Pueden hablar con adultos como si fueran pequeños filósofos, pero enfadarse como un niño de tres años cuando algo no sale como esperan.

Cómo ayudar a un niño con altas capacidades y TDAH

No vale un enfoque estándar. Ni castigos, ni reprimendas, ni el típico “tienes que esforzarte más”. Porque el problema no es la falta de esfuerzo, sino la falta de un entorno que entienda cómo funciona su cerebro.

Primero, hay que aceptar que no van a encajar en el molde tradicional. No son niños que se van a sentar tranquilos a escuchar durante horas. No les funciona la repetición, ni el aprendizaje mecánico. Necesitan retos, necesitan movimiento, necesitan espacio para pensar.

También necesitan herramientas para organizarse. No basta con decirles “ponte a estudiar”. Hay que enseñarles cómo hacerlo, porque muchos no tienen ni idea de por dónde empezar.

Y sobre todo, necesitan sentirse comprendidos.

Porque si se les etiqueta de “problemáticos”, si se les exige que encajen en una estructura que les asfixia, lo único que se consigue es frustración. Y la frustración lleva a la desmotivación. Y la desmotivación a una autoestima por los suelos.

El objetivo no es que sean “niños normales”. Es ayudarles a entenderse, a aprovechar su potencial sin sentirse constantemente en guerra con ellos mismos.

Porque cuando un niño con altas capacidades y TDAH recibe el apoyo adecuado, puede llegar más lejos de lo que nadie imagina.

En MFB Psicología te podemos ayudar a evaluar las altas capacidades en niños de Burgos.

Ataques de ansiedad: Qué son, por qué suceden, síntomas y cómo evitarlos

Si alguna vez has sentido que el corazón se te dispara, te falta el aire y una sensación de terror te invade sin previo aviso, es posible que hayas experimentado un ataque de ansiedad. No es solo “estar nervioso” ni algo que puedas controlar con fuerza de voluntad. Es una respuesta real del cuerpo, tan intensa que puede hacerte creer que estás al borde del colapso.

Pero tranquila, no te vas a morir. Aunque se sienta así.

Vamos a ver qué son realmente estos ataques, por qué suceden y, lo más importante, qué puedes hacer para evitarlos o controlarlos en la medida de lo posible.

Qué es un ataque de ansiedad (y qué no)

Un ataque de ansiedad es una reacción desproporcionada del sistema nervioso ante una amenaza que, muchas veces, ni siquiera es real. Es como si tu cuerpo se preparara para huir de un león… pero el león no existe.

A veces, el término se confunde con el ataque de pánico. Aunque son parecidos, hay una diferencia clave:

  • El ataque de ansiedad suele tener un detonante claro (estrés, miedo, presión laboral, problemas personales). Se acumula poco a poco y, aunque es muy desagradable, no alcanza el nivel extremo de un ataque de pánico.
  • El ataque de pánico aparece de la nada, sin previo aviso. Es una ola de terror repentina que golpea con síntomas físicos y emocionales intensos.

Ambos pueden hacer que sientas que te falta el aire, que el corazón se te sale del pecho o que estás perdiendo el control. Pero la buena noticia es que, aunque aterradores, no son peligrosos.

Por qué ocurren los ataques de ansiedad

El cuerpo no se equivoca. Si reacciona así es por algo.

El problema es que el sistema nervioso está programado para protegernos del peligro, pero a veces se pasa de listo. ¿El resultado? Activa la alarma aunque no haya fuego.

Causas de los ataques de ansiedad

  • Biología y cerebro. Hay personas más propensas a la ansiedad porque su sistema nervioso es más reactivo. También influye el desequilibrio de neurotransmisores como la serotonina o la dopamina.
  • Mente y pensamientos. La ansiedad se alimenta de lo que piensas. Si tu cabeza repite en bucle “me va a pasar algo”, el cuerpo lo cree y responde como si fuera cierto.
  • Estilo de vida. Estrés crónico, falta de sueño, exceso de cafeína o un ritmo de vida frenético son gasolina para la ansiedad.
  • Experiencias pasadas. Un trauma, un susto fuerte o una situación que te desbordó pueden dejar huella y hacer que el sistema nervioso esté en alerta constante.

Cómo reconocer un ataque de ansiedad

Cuando te pasa por primera vez, lo normal es pensar que algo grave te está ocurriendo. No es raro que la gente acabe en urgencias convencida de que está teniendo un infarto.

Síntomas del ataque de ansiedad

  • Taquicardia y sensación de que el corazón va a estallar.
  • Falta de aire o sensación de ahogo (aunque en realidad estás respirando bien).
  • Mareos, sudores, temblores o náuseas.
  • Sensación de irrealidad (como si estuvieras fuera de tu propio cuerpo).
  • Un miedo aterrador a perder el control o a morirte ahí mismo.

Lo peor es que, cuanto más intentas luchar contra esos síntomas, más se intensifican.

Cómo evitar los ataques de ansiedad

Aquí es donde viene lo bueno: se pueden prevenir. No hay fórmulas mágicas, pero sí estrategias que ayudan a reducir su frecuencia e intensidad.

  1. Respira bien: La hiperventilación es la gasolina del ataque de ansiedad. Si controlas la respiración, lo frenas. Prueba a inhalar por la nariz en 4 segundos, retener el aire 2 y exhalar en 6. Parece simple, pero funciona.
  2. No te creas todo lo que piensas: La ansiedad te dice que algo horrible va a pasar, pero nunca pasa. Si cada vez que tienes ansiedad acabas bien, ¿por qué iba a ser diferente esta vez?
  3. Muévete: El ejercicio físico es un ansiolítico natural. No hace falta que te mates en el gimnasio, pero caminar, bailar o salir a correr ayuda a liberar el exceso de energía acumulada.
  4. Ojo con lo que consumes: Café, alcohol y tabaco son enemigos silenciosos. Si tienes ansiedad, reducir su consumo puede marcar la diferencia.
  5. Duerme bien: La ansiedad y la falta de sueño son la peor combinación. Si duermes mal, el sistema nervioso se vuelve más reactivo y es más fácil que te dé un ataque.
  6. Haz mindfulness o meditación: No se trata de volverse budista ni de sentarse a levitar, sino de entrenar la mente para no vivir atrapado en el futuro. La ansiedad vive en el “¿y si…?”, pero tú puedes aprender a traerla de vuelta al presente.
  7. Busca ayuda: La terapia funciona. Y no, no hace falta que estés al borde del colapso para ir a un psicólogo. La terapia cognitivo-conductual (TCC) es la que más ha demostrado su eficacia en estos casos.

Qué hacer si tienes un ataque de ansiedad

Si la crisis ya ha empezado, hay tres cosas clave:

  • Recuerda que no es peligroso. Aunque sientas que te estás muriendo, no lo estás.
  • Concéntrate en la respiración. Lento y profundo.
  • No luches contra la ansiedad. Deja que pase. Si intentas bloquearla, se hará más fuerte.

La ansiedad no se vence con fuerza, se vence con aceptación y conocimiento. Y ahora que sabes más sobre ella, ya tienes la mitad de la batalla ganada.